17/6/09

EL DESLIZ DE MERCEDES

¡Por favor, deje de masticar el chicle un momento, mientras controlo sus tonos cardíacos” -dijo Mercedes con voz suave.

La joven le lanzó una mirada de asco, a la par que le estalló un globo de chicle cerca de su oído; Mercedes se contuvo mientras la auscultaba, ni siquiera se giró para mirarla, la ignoró por completo, primero porque estaba en su consulta médica y segundo porque tenía miedo.


Mercedes

Era una mujer muy fuerte y triste, su vida había sido un padecer de sufrimientos y sacrificios desde que se enamoró con 16 años de Ramón, un chico del barrio con mala fama; el típico golfillo de poca monta que ni estudiaba ni trabajaba y, sobrevivía como toda su familia de hurtos y trapicheos de contrabando; se le apodaba el Paul Newman, por su gran parecido con el actor norteamericano y su especial encanto.

Mercedes era la segunda de cinco hermanos después de Antonio que era dos años mayor que ella, eran hijos de una modesta costurera viuda que trabajaba de sol a sol para poder sacar adelante a tantos hijos sola. Mercedes era una adolescente responsable que resaltaba por su dulzura, inocencia y madurez, cuidaba de su casa y de la familia como una madre y destacaba por ser una excelente estudiante; sus profesores se sentían orgullosos de tenerla como alumna y le vaticinaban un futuro universitario prometedor.

Una tarde fría de otoño que Mercedes regresaba de estudiar en la biblioteca, el destino caprichoso jugó un papel fatídico en la vida de Mercedes, su inocente mirada se cruzó en el camino del adonis de Ramón. El idilio entre los jóvenes fue fulminante y secreto, Mercedes no tardó mucho en sucumbir a las quimeras de éste, que la conquistó sin escrúpulos hasta dejarla embarazada en menos de tres meses.

Aquello, marcó un antes y un después en la vida de la joven, por lo pronto hubo de marchar a casa de Ramón, porque en su hogar no había sitio ni tan siquiera para hacer un hueco al futuro bebé.

La familia de Ramón la acogió con los brazos abiertos, pero a su manera, sin remilgos y con excesiva confianza; ella tardó tiempo en acostumbrarse, tanto a las palabrotas y malas formas del patriarca y los tres hermanos de éste, como a los ensordecedores gritos que inundaban la casa a todas horas, en bocas de la madre y una cuñada. La vulgaridad y la falta de educación era un constante en aquella casa desordenada, abandonada y sórdida y,
Mercedes muy pronto comenzó a saborear el sentimiento de angustia por la pérdida del calor de un hogar.

Los estudios de Mercedes transcurrieron de la mano de su embarazo y, a pesar de las propias molestias e incomodidades de su gestación, acabó el curso de 3º de bachillerato como de costumbre, con excelentes notas. En casa de Ramón se la apodó con sorna e envidia La lumbreras.

El 11 de julio, con la misma facilidad y soltura que un fruto maduro se descuelga de su rama, nació su hija Graciela, era un ángel con unos ojos azules de impresión y, un imán que atraía por su hermosura como su padre.

Mercedes con la ayuda económica de su madre acabó sus estudios secundarios e ingresó en la Universidad de Medicina, Graciela se criaba mientras tanto bajo la tutela exclusiva de la abuela paterna, tenía con tres añitos el mismo desparpajo que el de una señora de cincuenta años, era escandalosa su viveza y agudeza.

El día que Graciela cumplió cinco años, la policía pilló de madrugada a Ramón con sus hermanos robando jamones en un almacén de un pueblo de Toledo, aquello fue la gota que colmó el vaso de Mercedes, estaba harta de los continuos requerimientos judiciales de Ramón, del trasiego de objetos y personas de lo mas variopinto por la casa, de sus escarceos amorosos y, lo más doloroso y punzante, sus continuos insultos y amenazas.

Mercedes quedó sola en casa con la niña todo ese día y, aprovechando la situación decidió huir de una vez por todas; la idea le seducía hacía tiempo y deseaba con todas sus fuerzas olvidar y sacar de su vida a toda esa gentuza. No lo tenía nada fácil, sabía que con la niña sería imposible, la adoraban, y como un clan de gitanos que tarde o temprano encuentran a uno de los suyos, eran capaces de todo e incluso de atemorizar o vengarse con su familia.

Llena de coraje, marchó aquella misma tarde a casa de su madre con la niña, la pidió algo de dinero con la excusa de comprar unos libros muy importantes; besó a Graciela por última vez y desapareció.

Su huida fue un penar con tan solo 8.000 pesetas en los bolsillos; pero con ingenio y predisposición consiguió rápido un trabajo de camarera para el resto del verano en la costa levantina, los primeros meses fueron muy duros, aunque contó con la ayuda y el apoyo de su hermano Antonio que le adelantó algún dinero para pagarse una habitación en un piso que compartía con gente de la noche.

Su familia comprendió su huida y el hecho de verse obligada a dejar a Graciela en manos de la familia del padre, era su único salvoconducto para la libertad.

Tras el verano, consiguió trasladarse a Palma de Mallorca, allí se dedicó todo el año a buscar una estabilidad económica con trabajos al principio infravalorados y mal pagados, transcurrido el año aprobó por oposición una plaza de bibliotecaria, aquello le facilitó reanudar sus estudios de medicina y poco a poco se forjó una nueva vida y un futuro acorde con sus verdaderas pretensiones.

El tiempo pasó y jamás volvió a Zamora su ciudad de origen, hubo encuentros con su madre y familia en Palma de Mallorca, intentó hablar por teléfono con Graciela a lo largo de los años pero fue imposible, la colgaban el teléfono al escuchar su voz.

La familia de Mercedes siguió viendo a Graciela hasta que cumplió 11 años, en los que la niña empezó a negarse a verlos y les insultaba y amenazaba.

Mercedes a los 25 años consiguió finalizar sus estudios de medicina, tenía un trabajo estable y un futuro prometedor como médico, el siguiente reto se forjó con 30 años al lograr la especialidad en cardiología, y una plaza fija en un hospital público en Madrid.

Con 33 años había conseguido su estabilidad tanto profesional como emocional, tenía claro y sin remordimientos el precio y el sacrificio que había tenido que pagar por un desliz de juventud, quería a Graciela, pero sentía un ahogo a su recuerdo, sabía que la dejó ir de sus brazos de madre por no sentirla suya en el fondo de su ser, supo nada más nacer que había nacido a ellos, irritable, rebelde y agresiva.

Como de costumbre, Mercedes tomó el primer expediente de la bandeja de pacientes de la tarde, observó primero las anotaciones del médico de familia:
“Paciente que sufre desmayos ocasionales, especialmente al hacer esfuerzo. Dolor en el pecho que empeora con el ejercicio y desaparece con el reposo. Falta de aliento. Palpitaciones cardíacas (latidos irregulares) y Tos.”

No había duda para Mercedes, esta persona padecía de estenosis valvular aórtica, probablemente leve, no tenía gravedad y, tal vez solo precisase de revisiones periódicas sin tratamiento adicional.

Se alegró al pensar que era un caso fácil de tratar, de seguido quiso comprobar la edad y el sexo del paciente para reafirmar su diagnóstico. Buscó la ficha técnica que transcribía en primera línea los datos personales del paciente, en unos segundos quedó su mirada colgada del pasado, ante ella se encontraban unos datos irrefutables:
Nombre: Graciela Blanco López
Edad: 18 años
Fecha nacimiento: 11 de julio de 1982
Lugar: Zamora


El corazón se le arrugó como un papel que jamás recuperaría su textura primitiva, el destino de nuevo ponía a Mercedes al filo de un precipicio surgido sin prever de un camino largo, penoso y trillado a base de esfuerzo sobre esfuerzo, sintió que su horizonte solo lo había alcanzado con las yemas de sus dedos.

El nombre de Graciela rebotó por las paredes de la consulta al escuchar a la enfermera nombrarla, se apresuró a preguntarla si venía acompañada, la enfermera le contestó que no.

Mucho mejor, pensó. Sintió que el destino le daba otra oportunidad, no siendo probablemente reconocida.

Al entrar Graciela, descubrió a una joven de belleza descomunal, iba ataviada con ropa vulgar e insinuante que facilitaba la visión de enormes tatuajes de vivos colores por sus brazos y piernas; su tono de voz era voraz, tenía unos inmensos ojos azules envenenados por una especie de mirada desconfiada y dañina, era fría y provocadora.

El ahogo del recuerdo dio paso a un miedo aniquilador con la presencia de Graciela, su hija aparecía por arte de magia y se imponía en su presente con toda la fuerza de dieciocho pesados y fatigosos años. No la reconoció y Mercedes suspiró aliviada.

Al terminar la revisión le confirmó el diagnóstico sospechado, padecía de “estenosis valvular aórtica leve”, no conllevaba tratamiento salvo rutinarios controles, a priori semestrales.

Graciela la miró con prepotencia y desprecio, le irritaba la gente como ella, tan educada, suave y correcta, y le dijo:
Entonces que pasa, que tengo que volver a verla dentro de seis meses ¿para qué?, si dice que estoy bien – Dijo Graciela masticando el chicle con vehemencia.

Mercedes con una compostura fingida, le explicó que eran controles rutinarios y preventivos, para evitar en el futuro dolencias mayores.

Graciela hizo una mueca desafortunada de reproche, que molestó incluso a la enfermera presente.

Al finalizar la consulta Graciela se despidió con una sonrisa hiriente, la enfermera indignada comentó su malaeducación y desfachatez.

¿Donde se habrá criado ésta? – Dijo la enfermera molesta.

Mercedes, la contestó compungida –
No sabemos Elena las circunstancias de las personas y sus motivaciones, para ser o actuar de una manera determinada en la vida, créeme. Anda, coge su expediente y remítelo al centro de salud con esta nota.

En la nota de puño y letra de Mercedes, constaba lo siguiente:

Se remite este expediente de la paciente Graciela Blanco López al centro de salud de especialidades de la zona. Su patología de carácter leve no reviste gravedad alguna, por tanto, las revisiones prescriptas deben realizarse en lo sucesivo por su centro de salud primaria.
Atentamente,
Dra. Mercedes López de Castro.

Graciela, al salir de la consulta tomó el ascensor hasta el parking, allí la esperaba en un coche su abuela y su padre.

¿Qué... te ha dicho algo? – preguntó su padre.
Nada, no me ha dicho nada, solo me ha dado este papel, no tengo nada grave. – Lo extendió a la mano de su abuela.
¿Seguro que era ella? – preguntó la abuela con odio.
¡Sí, joder abuela, era ella y la muy puta ni se ha inmutado! – gritó Graciela.












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