9/9/09



TRISTANA Y SU CUBO DE PLÁSTICO AZUL…

Es curioso como un simple cubo de plástico insignificante, corriente y moliente, e incluso algo deteriorado por su continuo manejo, que ni por asomo tiene parecido alguno a los últimos modelos de cubos de gel de silicona que lucen en las esplendoras cocinas de muchos lugares del mundo, puede tener más valor y significado en la vida de una persona, que el cubo azul de una niña llamada Tristana.

Si le preguntas a Tristana que es lo más bonito que tiene o lo que más prefiere de sus cosas, jamás te dirá que una muñeca, un juego, un vestido ni nada parecido ni típico en cualquier niña que conozcamos de diez años, te señalará tímidamente con una sonrisa vergonzosa su cubo de plástico con la barilla del asa incluso medio doblada por su excesivo uso.

A los pocos días de conocer y observar a Tristana con su apegado cubo me decidí a preguntarle por sus quehaceres, su vida, sus cosas, en una palabra nos acabamos haciendo amigas, ella casi nunca soltaba el cubo de su mano y cuando lo ponía en el suelo siempre quedaba a su vera, iba con el cubo a todas partes, incluso dejaba de jugar correteando con los niños si éste le entorpecía mucho.

Yo acabé imaginando su cubo como su bolso, en el guardaba todo lo que se encontraba, desde una ramita que hallaba en un camino, como una piedra, un fruto, un insecto, etc. cualquier cosa la depositaba en su fondo como un tesoro. Al principio me resultaba gracioso e incluso comprensible, dado que era la única niña en el poblado que tenia un cubo de plástico para transportar 5 ó 7 veces al día sobre su cabeza, 4 litros de agua durante 5 km hasta su casa, el resto de los niños utilizaban recipientes de barro preparados para este menester.

Pensé que tal vez este era el secreto de la obsesión de Tristana por su cubo, estaba claro que era el último modelo de recipientes de aquellos parajes y, era probable que ella se sintiese diferente y orgullosa por ello, pero en el fondo esta deducción no me convencía del todo en mi interior; rápido observé que tanto los niños como los adultos no prestaban atención alguna al dichoso cubo, jamás nadie lo tocaba ni tan siquiera lo tenían en cuenta, por tanto, era evidente que el cubo no tenía valor alguno por añadidura para el resto de pobladores.

Con el tiempo descubrí que en aquel poblado no había cubos de plástico porque en el fondo no los querían, se me despejó la duda una tarde que llegó un jeep con ayuda humanitaria, llegaron con bidones de plástico y un montón de utensilios que yo en esas circunstancias reutilizaría para mi propia comodidad, pero por sorpresa, ninguno de los moradores hizo amago de quedarse con nada, salvo con el contenido de los mismos, que guardaban en sus propios recipientes creados con sus habilidosas manos.

Llegado este punto muerto, me obsesioné por averiguar que encerraba este cubo para la pequeña Tristana, yo tenía grandes dificultades de comunicación con la gente del poblado porque hablaban un dialecto muy propio, salvo unos pocos que balbuceaban en inglés algunas palabras básicas para el entendimiento sencillo, es un lugar que curiosamente sobran las palabras porque con las miradas y sonrisas se consiguen las mayores afirmaciones y negaciones jamás encontradas en la faz de la tierra, por consiguiente el enigma se tornó cada vez más dificultoso para mí.

Pero tal era mi deseo e incluso mi obsesión que un día Dios intercedió a mi curiosidad, y hoy más que nunca sé de su propósito. Llegaron de la misión más cercana a 50 Km. un misionero llamado Padre Luis, junto con dos cooperantes humanitarios para hacer un control del registro de nacimientos, defunciones y enfermos del lugar, y fue en una conversación con el Padre cuando descubrí el misterio del cubo.

Recuerdo como Tristana se acercó corriendo cuando regresó de uno de sus recorridos a por agua al ver al Padre Luis, le abrazó y le besó durante un buen rato, comprobé que él tenía también un especial cariño por la niña, y entonces como un chispazo me surgió la pregunta que tanto me perseguía.

El Padre me contó que Tristana se aferraba de forma imperiosa al cubo que un día trajo su madre al regresar al poblado, de la misión con la que les ayudaba a limpiar y cuidar a los enfermos de sida; para aquella mujer su cubo era su herramienta de trabajo, lo cargaba numerosas veces al día de agua para abastecer a la misión y, otras tantas veces para limpiar a los enfermos; más tarde por desgracia la niña como ejemplo de su madre lo tomaría para cuidarla y limpiarla a ella, hasta que falleció unos meses atrás de sida.
Este hecho curioso y emotivo despertó en esta niña de un recóndito lugar de Africa, la bondad atrapada en un viejo y simple cubo de plástico azul, desgastado de largas caminatas bajo el sol y usado para numerosos menesteres, por una madre, su labor, entrega y amor a enfermos y desprotegidos como ella en una tierra llena de alma.