29/6/10

Dedicado a la "Marquesa" y a la maravillosa tierra escocesa, por la gran similitud persona/lugar que tienen para mí.
¿Cómo se explica que un pueblo tan orgulloso como el escocés eligiera una planta tan simple como símbolo nacional? En realidad, no se sabe. Cuenta la leyenda que una partida de combatientes escoceses dormidos se libró de ser atacada por unos vikingos cuando uno de estos pisó un cardo con los pies descalzos: sus gritos alertaron a los escoceses, que contraatacaron oportunamente. Como gratitud hacia la planta que los salvó, el "Cardo Guardián", como se le dio en llamar, se convirtió en el símbolo de Escocia.
Foto: Flor nacional de Escocia.

LA MARQUESA

Por la tarde la marquesa mandó decorar el recibidor y los salones con flores frescas del jardín mientras ultimaba los preparativos de la cena que organizaba en su palacete para sus más íntimos amigos. Ella adoraba los pequeños detalles llenos de vida como el olor a flores tiernas, los ventanales abiertos al atardecer de par en par invitando al viento a acariciar con su esencia los cortinajes y todas las estancias, y también por deleite soltaba de sus jaulas a los pajarillos que custodiaban el invernadero, y disfrutaba viéndolos revolotear de libertad mientras ella los pintaba.

Ese día amaneció pletórico de luz sobre toda la campiña verdosa y llena de frescura; a ella el olor a hierba fresca y la inmensidad del espacio abierto que adivinaban sus ojos a través de los cristales de los ventanales la producía una sensación de plenitud, casi como estar en el más allá. Siempre que culminaba la jornada salía al mirador de la escalinata principal para divisar con felicidad sus inmensos prados y su majestuoso jardín.

La marquesa es muy querida en su comarca escocesa, al igual que lo fue su familia aristocrática; su infancia la pasó en Londres hasta que al fallecer su padre pasó con ocho años a la tutela de su abuela materna. Su madre hija única, falleció al nacer ella, y con tan solo veinte años al morir la abuela heredó el titulo del marquesado.

Dicen los que la conocieron de niña que fue con desmesura peculiar y atrevida, danzaba por los campos siempre jugando y bailando extasiada, otras tantas se la descubría por los rincones más insospechados de la fabulosa biblioteca familiar devorando libros (incluso inconcebibles para su temprana edad), e incontables noches se escabullía de su dormitorio a altas horas y amanecía vencida de sueño escondida bajo cualquier mesa de los salones abrazada a un libro.

Sus amigos de niñez fueron los hijos de la servidumbre con los que liaba mil y una travesuras y congeniaba con ellos como una más, jamás quiso ir a un internado de señoritas para fomentar y acrecentar su formación porque quería tener cerca a su adorada abuela; la anciana consciente que no tenía mucho tiempo para disfrutar de su único y más amado ser querido, optó por solventar el problema de su formación con los servicios de una especializada institutriz y un prestigioso profesor de música y otro de equitación.

Ha pasado el tiempo y la marquesa es una bella y codiciada joven aristocrática para los más selectivos pretendientes, pero ella se muestra indiferente a todos ellos. En el palacete la abuela celebró innumerables cenas y fiestas con íntimos amigos y jóvenes de ilustres familias para que su nieta promoviese su vida social, de aquellos eventos surgieron amistades para ella interesante, pero jamás en el plano sentimental ha llegado a enamorarse de nadie.

Es una mujer muy querida, enigmática y misteriosa y, tiene en especial un halo de libertad que te inunda cuando estás a su lado, yo la primera vez que la vi sentí una atracción y fascinación sin igual. Recuerdo que le susurré a mi amiga Margot cuando que me la hubo presentado que me parecía un ser angelical y mágico; ésta muy solemne me respondió que era de otro mundo.

Hoy creo por convicción y tras mi propia experiencia que la marquesa es un ser dotado de un don excepcional e inconcebible a cualquier mente metódica y analítica.

Esta noche la velada ha transcurrido maravillosa y excitante como un ritual, ella nos esperaba como de costumbre apoyada con sus manos en la barandilla de piedra que bordeaba el mirador de la puerta principal, esta vez llevaba un delicado vestido largo de gasa salvaje color ocre con un fajín de seda ceñido a su estrecha cintura; sus hombros encubiertos por una pedrería fina en tonos marrones acentuaban el tono blanco de su piel.

Delicada, elegante y sencilla, en esta ocasión su cabello oscuro se recogía con caprichosos tirabuzones que bordeaban su frente y pómulos; mientras tanto dos bellas perlas en lágrimas pendían de sus orejas como enigmáticos péndulos de seducción.

Después de la cena y un pequeño receso en el salón de música pasamos a un rincón de lectura de la inmensa sala de la biblioteca, allí en penumbra iniciamos la sesión, éramos los de siempre, siete personajes dispares y variopintos de la aristocracia, las artes y la ciencia.

Con la seriedad y necesaria frialdad que nos caracteriza a todos, no caímos en trampas del subconsciente, allí de nuevo retomamos la vida al otro lado del espejo; un escalofrío recorrió al unísono nuestros cuerpos cuando la marquesa entró en trance, entonces la sala se dimensionó de espíritus y sorprendentes mensajes nos llegaron del más allá.