10/3/11

TRABAJO TALLER DE ESCRITURA FUENTETAJA
(07-03-2011)
Texto con tema libre

Llevaba dos meses con la libido disparada, desde aquel sábado por la mañana que María le vio por la ventana de la cocina subido en un taburete, la imagen de aquel hombre era de impacto y subyugación y, no tan sólo por su 1,80 de altura, pelo oscuro y ojos azules, sino por el cuerpo que poseía de perfección y seducción que rezumaba sexo y virilidad por sus cuatro costados. Sus piernas torneadas dentro de aquel ajustado vaquero le recordaron a María al mitológico Hércules; mientras su cincelado pecho desnudo y sus musculosos brazos levantados al techo la incitaron a imaginárselo atado a una cama para merced de sus más insospechados y cautivos deseos.
En ese instante Álvaro descendió con el fluorescente en la mano y la pilló mirándole extasiada con la boca entreabierta, la saludó con un movimiento de cabeza y una pícara sonrisa, ella acorralada disimuló cortada girando sus ojos a las cuerdas de la ropa, para de un puntapié darse a la fuga tras las cortinas.
Desde aquél encuentro visual con su nuevo y joven vecino de enfrente, todo cambio en su vida, estaba obsesionada por un deseo carnal incontrolado que en sus 40 años de existencia no había experimentado por nadie, ese hombre la comenzó a quitar el sueño y el apetito, en especial las malditas noches de los martes y miércoles que sabía que no volvía a casa, y en las que se preguntaba con quien andaba.
Los primeros días estuvo dispersa y bloqueada por la fuerte necesidad que en su cuerpo experimentaba, llegando incluso a pensar que estaba de siquiatra o con algún grave trastorno hormonal; después se sereno y comenzó inconscientemente a centrarse en hacer averiguaciones sobre él, lo primero que hizo fue pasar por el buzón para saber su nombre, Álvaro Quesada Lanza, lo del nombre ya la sedujo por lo germánico y masculino que entrañaba, luego le dio al seguimiento por la mirilla, más tarde logró un control de horas de entrada y salida con el sonido de la cerradura, también descubrió con fino oído la música que escuchaba y, por último con mucha paciencia por las noches a oscuras lo vigilaba por las ventanas y con cautela de día tras las persianas.
De la intensa y ardua labor dedujo que vivía solo, que trabajaba probablemente en alguna actividad creativa por su gran estilo y disponibilidad horaria, que iba al gimnasio cuatro días en semana, que le gustaba mucho la música y en especial la clásica, que pasaba siempre los fines de semana en casa, que creía que no tenía amigos, que trasnochaba únicamente los martes y miércoles, que le gustaba vestir ropa muy cara, que cocinaba solo las tardes de los domingos y lo más importante y extraño de chicas nada, por ello María pensó con algo de temor que siendo tan guapo y descomunal tal vez sería un extraño metrosexual o gay.
Pero esto último era incierto y lo comprobó María ayer tarde de domingo, que ya desesperada pero a la par espabilada preparó una colada para tender en el momento exacto que Álvaro se dispusiese como de costumbre con su música clásica de fondo a trajinar con los fogones. Ella apareció por la ventana con la ropa y las pinzas en plan afanada, acababa de darse una ducha y la humedad en su cuerpo le pegaba el diminuto vestido de gasa que acentuaba descaradamente sus encantos y, entre prenda viene y cuerda va la evidencia no pudo más, y Álvaro detuvo su mirada en aquella lozanía que sobre el poyete de enfrente le invitaba a ese placer lascivo que él dominaba y controlaba como un artista.
Sin titubear apagó los fogones y se asomó de lleno por la ventana, se presentó con educación pero con una sutil insinuación, María se mostró serena y con una amplia sonrisa de fingida inocencia le contestó; siguieron unas preguntas y respuestas típicas de dos vecinos con ganas de agradarse, hasta que un cruce de miradas intensas descolocó aquel plantel y Álvaro con gran maestría la invitó a pasar a su casa a tomar una copa de vino o si se atrevía con desquite de champán.
Sin dudarlo la libido de María aceptó de inmediato, antes corrió al baño para darse brillo en los labios y quitarse la ropa interior, tomó sus llaves y sin darse cuenta salió descalza, al abrir la puerta Álvaro la esperaba en su rellano, María estupefacta ante tanta belleza y sensualidad de cerca, quedó sin respiración, él la tomó de la cintura con delicadeza y la guió adentro, entonces se relajó, en ese instante fue cuando recordó que no llevaba sandalias y sintió una libertad extraña, como de una loba desenfrenada.
Álvaro como buen conocedor de su dote intuyó a María como a muchas mujeres de raza, pero en esta ocasión a ella la cubrió con verdadera lujuria y desaforada pasión, olvidándose por completo de la presteza que conlleva su profesión de acompañante de damas.