29/9/09

CUERPO Y SOLEDAD

Tumbada recordaba la primera noche que pasó en su chalet adosado en Pozuelo, aquél día estaba encantada e ilusionada como una niña cuando consigue el mayor de sus deseos, fue una noche perfecta y de pleno éxtasis. Rememoró durante unos minutos la cena de inauguración con amigos y familiares, la infatigable noche con su marido de sexo hasta el alba con la excusa del estreno de la nueva cama, lo encantador y loco que era Luis entonces, la incansable fogosidad que le caracterizaba casi a todas horas y, tantas otras emociones pérdidas y olvidadas, que le pareció de súbito imposible como una sacudida violenta que ya hubiesen pasado casi ocho años desde entonces y, ni tan siquiera hubiese sido consciente de lo mucho que había cambiado todo, incluso ellos.

Después de un suspiro de nostalgia febril volvió sus ojos a la hoja del libro que estaba leyendo para conciliar el sueño, en pocos minutos apareció Luís saliendo del baño con su impecable pijama de rayas abotonado hasta el cuello y, sus mini gafas de cerca colgadas sobre el pecho mientras acicalaba su cabello con sus dos manos al unísono, como el que acaricia a su amado gato; ella le miró de reojo y lo advirtió por un instante como un verdadero extraño.

Se tumbó como un sonámbulo en la cama entre medio despierto y casi dormido, llevaba mucho tiempo que Luis sentía los días cada vez más pesados y sin sentido y para colmó Amalia había adquirido la manía de lectura nocturna que le descorazonaba casi siempre su descanso. No podía hacer nada ante esto, ella era tan implacable que no merecía la pena intento alguno de conciliación, pese a lo mucho que Amalia insistiese en imputar a sus vecinos sus desarreglos de sueño.

De repente, el crucifico del cabecero de la cama empezó levemente a vibrar, Amalia hizo un gesto compungido y arremetió con su codo en el hombro de Luis.

-¿Has oído?... hoy empiezan un poco pronto ¿no te parece? Dijo Amalia.

-Luís se dio media vuelta y apagó la luz de su mesilla mientras murmuró entre dientes:
Bueno y qué…deja que se diviertan para eso son jóvenes.

-Si te vas a dormir, luego no te quejes de que soy yo quien te despierta, y anda quítate las gafas que acabarás rompiéndolas, le increpo ella.

Luis con los ojos cerrados se las quitó y las depositó en su mesilla, no sin antes girarse para darle un beso a Amalia de buenas noches.

Ésta se desesperó por su indiferencia y por la noche de frenética actividad sexual que amezaban sus vecinos de al lado, no había ni una sola noche que no los oyese en sus prácticas íntimas, todo empezaba como una especie de ritual, se iniciaba muy suave con el movimiento del crucifijo y luego daban paso los gemidos y cuchicheos de la pareja, para culminar por último después de interminables preliminares a los chillidos y el golpeteo brusco de la cama contra su pared, y no conformes con una sola vez había noches que incluso hasta tres veces, si lo sabría ella, que no llegaba a conciliar el sueño hasta las 3 de la madrugada muchas oscuridades, desde que hace una año se instalaron en el pareado de al lado.

Sintió un ahogo de odio feroz en su fuero interno y arremetió de nuevo con su codo contra el cuerpo de Luís.

No aguanto más, dime cuando piensas de una vez por todas llamarles la atención, esto es vergonzoso e insoportable. Sentenció ella.

Luís como siempre desconcertado entre la realidad y su proceso onírico le expuso medio adormilado lo violento que le resultaba llamarles la atención y, que pensaría como manifestarse con tacto aprovechando la reunión de la junta de vecinos del próximo mes.

Amalia no contestó y cerró su libro con ímpetu, se soltó la coleta de pelo y agitó su cabeza con gesto de reproche mientras se cruzaba de brazos enfadada; en unos minutos quedó pensativa mientras observaba en la penumbra la espalda de Luis tan ancha y fuerte, surgieron pensamientos de nuevo de otros tiempos, que se enredaron con los sonidos que le llegaban del otro lado de la pared, su tensión se comenzó a desvanecer poco a poco como el humo, entre los gemidos que le llegaban de sus vecinos.

Instintivamente, quitó el libro sobre sus piernas y se deslizó en la cama, escuchó una especie de susurros a principio ininteligibles, luego nítidas palabras de pasión, Amalia las quiso para ella, su cuerpo reverdecía de deseo como los brotes esperados de un árbol olvidado. Se acercó despacio a Luis y le acarició con una tímida insinuación, le deseaba como podía en ese momento desear a cualquier otro hombre, solo pedía en esos instantes a un hombre que la abrigase el frío de sus entrañas.

Luís estaba dormido como de costumbre o tal vez se lo hacía y no reaccionó, ya estaba olvidado para él el sexo entre ellos, la pasión era una amiga de antaño que por arte de magia un día desapareció para no querer volver.

Amalia sollozó de rabia, su angustia y exaltación era de impotencia, de desear y no ser deseada, reconoció abierta y sin tapujos la envidia dañina y loca que le producían los gemidos, la cama golpeando la pared, los chillidos y el maldito crucifijo sobre su cabecero.

Se acurrucó de lado dando su espalda también a Luis y con una especie de miedo a lo desconocido, a lo no concebido por educación otorgó a sus manos y a sus vecinos el coraje de poder hacerles el amor.
Esa noche durmió por primera vez desde hacía tiempo profunda, llena y repleta de gozo con la pasión de sus vecinos.