23/12/09


EL AGUJERO

La azafata requirió a todos los pasajeros que se abrochasen sus cinturones, en breve aterrizarían en el aeropuerto de Oslo; Calista respiró hondo al oír estas palabras, el vuelo le había resultado interminable, más que si hubiese cruzado el Atlántico en barco. Fruto de una impaciencia mortífera estuvo sumida todo el vuelo en un sudor frío como la cola de papel pintado, este limitaba sus más simples movimientos, parecía una especie de muñeca rígida que amenazaba desde que embarcó en el aeropuerto de Barcelona con desarticularse por un meneo.

Sugestionada por sus desengaños, contrariedades y miedos, sentía su corazón como un cóctel molotov a punto de estallar, de repente, todo ese anhelo por consumar la llegada se esfumó en pánico, como cuando te abandona el olor de una flor al escapar de su lado, sintió asfixia por unos segundos y una tristeza incipiente afloro en sus ojos, imaginó por un momento como sería salir del aeropuerto sin ser vista, o mejor tomar de nuevo el primer billete de vuelta a casa. Qué locura más impensable y suicida, pensó.

De seguido recordó que ya no había lugar donde regresar, todo quedó atrás sin rastro alguno, salvo unos pocos parientes, que tantos problemas e inconvenientes le habían ocasionado, no había retorno, había pasado hoja de nuevo y no podía fallar ni fallarse otra vez, ya no era una cría y debía intentarlo de nuevo con todas sus fuerzas para conseguirlo.

Era el segundo viaje de su vida y el equipaje aunque más ligero que el primero le pesaba tres veces más, cada prenda iba impregnada de una ilusión y su consiguiente pérdida, de una esperanza y una malograda desesperanza.

Cerró los ojos mientras sintió descender el avión en picado, estaba nerviosa e inquieta hasta que una vez en pista se soltó el cinturón de inmediato y una emoción de cierto sosiego la embargó, se santiguó y por inercia tomó su cruz colgada al cuello y la besó.

Algo desorientada descendió del avión y siguió a parte de los pasajeros por el aeropuerto para recoger el equipaje, no atinaba muy bien a desenvolverse en grandes espacios, pese a su descomunal apariencia de mujer despampanante y de mundo, pura fachada, no conocía nada más que su pueblo natal en Cuba y la Barcelona recién abandonada.

Su vida se había desarrollado en las cinco calles de su pueblecito, y entre prácticamente cuatro paredes en los últimos dos años de su vida en Barcelona, no había habido nada más, no hubo paseos para descubrir la ciudad, ni pueblos aledaños, ni visitas a centros culturales, ni museos, ni copas en cafetines antiguos, ni cines, ni restaurantes, ni amigos, ni conocidos, no hubo nada de nada, a sus escasos veintidós años todas sus promesas hechas al llegar a España se esfumaron.

Se apresuró en cuanto tomó su maleta al primer aseo que divisó, se plantó frente al espejo y se recolocó todas sus prendas, desabrochó unos botones de su camisa dejando a la vista un pronunciado busto, sacó de su maleta un neceser y se retocó el maquillaje, parecía mayor a su edad. Toda ceñida en un pantalón ajustado que mostraba descaradamente sus formas, se ajustó el cinturón aún más, su cintura quedó de avispa, tomó unos zapatos de tacón de vértigo y los sustituyó a sus deportivas, simulaba aún más mujer.

Al acabar se sonrió y se mandó un beso picarón, al mirarse siempre se gustaba tanto que estaba enamorada de si misma desde niña; emprendió la salida, iba lenta pero segura, no le quedaba otra con esos taconazos, algunos hombres se giraban al verla pasar, Calista se llenaba de gozo y se reforzaba en su fuero interno. Se contoneaba cada paso un poco más, hasta que logró una especie de ritmo que parecía bailar en vez de caminar.

Vió en primera línea a Paul al otro lado de la cinta esperándola, ella le sonrió con una cierta angustia, tuvo un mal presentimiento como la última vez que hablaron, sabía que no era de fiar.

Se besaron en la boca con cierto titubeo, éste la tomó la maleta y le preguntó por el viaje, Calista contó todo justo al revés, él la miró de soslayo, sabía que mentía.

En una de las puertas principales de acceso les esperaba un chófer junto a un mercedes último modelo con cristales opacos, éste tomó la maleta de la mano de Paul y la metió en el maletero, mientras tanto Paul abrió la puerta trasera derecha a Calista con una maliciosa sonrisa y la cerró con fuerza, ambos hombres se apresuraron a subir al coche, al arrancar se activó el cierre de seguridad de las puertas, Paul observó por el espejo interior a las mujeres...

Calista al tomar asiento encontró a una joven rubia muy guapa con cara enigmática, se miraron y no se saludaron, al fin y al cabo las dos sabían a que se enfrentaban, a una encarnizada lucha por ser la puta más rentable.