27/5/09

ADICCIÓN

En cuanto Arturo tomó asiento descubrió con su innata sensibilidad el bello entorno de la Terraza Jardín del Hotel Ritz, le parecía increíble e inimaginable que en todo el centro de Madrid existiese una terraza aún con ese encanto de principios del siglo XX. Su arboleda era exuberante y una delicia para los muchos pajarillos que con su canto desvanecían la ruidosa Castellana al atardecer; una escalinata de mármol majestuosa daba acceso al jardín e invitaba a cualquier mujer a descenderla como una diva, mientras, las mesas engalanadas de blancura y exquisitez aguardaban su llegada llenas de ojos admiradores.

Tenía el convencimiento que el lugar le iba a fascinar a Andrea, ella siempre se había considerado de clase alta hasta la muerte de su padre, en que todo cambió. Disfrutaba frecuentando sitios caros y elegantes y, por ello le encantaba tanto venir a Madrid; en cambio para Arturo todo eso eran chorradas, él solo entendía del estatus del alma y del corazón, del que no tenía precio ni condiciones mundanas, el resto le daba igual, era humo, él soñaba con otro mundo.

Se percató que en este lugar no quedaría nada “chic” pedir una coca-cola, así que, antes de que se acercase el camarero a tomarle nota, ya había decidido pedir un cóctel sin alcohol. Mientras observaba a los clientes tan refinados, que se explayaban en conversaciones relajadas, el camarero se acercó para atenderle y con una sutil reverencia, le preguntó:

- Buenas tardes, ¿qué desea tomar, el señor?
- Por favor, sírvame un cóctel de maracuya con limón pero sin alcohol, gracias.
- Enseguida, señor.

Una vez marchó el camarero Arturo se dio cuenta que debía haber esperado a la llegada de Andrea, deseaba que no tardase mucho más, pero entendía comprensible su tardanza en una tarde de compras rápidas por Madrid. Andrea había estado toda la mañana de revisiones médicas y gestiones con él, y merecía este respiro, total que significan cuatro horas de una tarde respecto a toda una vida.

Recordó que llevaban ya nueve años casados y estaban tan enamorados como el primer día, no era difícil pensó con una mujer como Andrea, ella brillaba por ese estatus interior que él tanto idolatraba, que la hacía en el fondo diferente y especial al resto humano pese a sus muchos caprichos y a veces tonterías. Él conocía muy bien la esencia pura que no atrapa jamás la muerte, y Andrea la tenía, ella era una mujer llena de mezclas, de aparentes contradicciones, de extremos, tal vez difícil y perturbadora en ocasiones, pero dentro de este extraño caos de personalidad había una mujer con una enorme carga compasiva hacía el prójimo y, un equilibrio del alma rompedor e inexplicablemente rotundo.

Se aproximó el camarero con su copa, y Arturo tardó pocos minutos en tomársela, estaba sediento y algo cansado, le quedó un malogrado dulzor en la garganta y pensó que hubiese sido más acertado haber pedido agua, o si acaso un té con hielo, qué más da, en el fondo sabía que nada le aliviaría su ansiedad incipiente.

Con la espera comenzó a sentirse incómodo, sudoroso y aburrido, le hubiese venido muy bien en ese momento haberse traído el compendio de recomendaciones que el médico le había entregado por la mañana a Andrea, así le podía haber echado una ojeada, aunque no esperaba encontrar nada nuevo, él lo sabía mejor que todos ellos, pero ya daba igual, lo dejó a propósito olvidado en el hotel. Seguro que Andrea se enfadaría, quedó con ella que esta tarde lo leería, que afrontaría lo que sucedía, sin miedos ni penas con coherencia, le había prometido que siempre estarían juntos, pero Arturo se negaba a reconocer su trágica realidad.

En segundos una desesperación vertiginosa se apoderó como siempre de él, sus pensamientos de pérdida de Andrea le comenzaban a enloquecer de nuevo, la amaba tanto que solo Dios sabía cuánto, no concebía no verla, ni tocarla ni olerla, era una locura, deseó en esos momentos morirse, pero no podía evitar su adicción. Sin remediarlo desató rápido un vistazo de águila a la escalinata buscándola, Andrea no llegaba, necesitó tomar otra copa, que le ayudase a sostenerse, a vivir, no aguantaba más el dolor.

Descendió su mirada por la escalinata hasta encontrar al camarero, le llamó con un leve gesto de mano y en pocos segundos éste acudió a su reclamo.

- Señor, dígame Ud.
- Por favor, sírvame un vaso de wisky
- Señor, solo o con hielo
- Por favor, solo.
- Bien, señor.

Enseguida sintió una especie de alivio e imaginó que sus pensamientos perturbadores eran fruto de sus miedos, es más, volvió a creer como de costumbre que no existían los problemas, todo eran exageraciones de los médicos que solo intentaban asustarle, si lo sabría él. Poco a poco empezó a evadirse mientras veía lloroso de deseo llegar al camarero con su copa, éste depositó el vaso sobre la mesa con un gesto de preocupación al observarle, se retiró con una fingida sonrisa, Arturo tras dar las gracias se tomó su wisky de dos tragos.

En pocos segundos yacía sobre la mesa llorando desconsolado, el camarero diligentemente se acercó para ayudarle, Arturo bajo el efecto del alcohol reaccionó con agravio y le despachó.

Ante la expectación disimulada de los clientes, el jefe de los camareros dio instrucciones de dejarlo solo y tranquilo unos minutos, todos observaban incómodos como se empañaba el jardín de sus gemidos, estaba incontrolado.

Unas bolsas al caer golpearon el suelo de la escalinata, por sus peldaños se deslizaron apresurados unos pies que calzaban unas manoletinas blancas lejanas a una diva admirada. Andrea atrapó con sus delgados brazos la espalda de Arturo y le abrazó con todo su poder, le tranquilizó con susurros y acaricias, hasta conseguir que levantase la cabeza de la mesa.

Por encima de cualquier diva y con toda la admiración de los presentes, ella besó las lágrimas que discurrían por el rostro de su esposo sin decir nada, ya habían sido tantas veces que Arturo no podía hablar ni levantarse.

Andrea consiguió articular unas palabras y pidió su bolso caído en el suelo, el jefe de camareros que se mantenía discreto a una prudencial distancia se lo acercó, ella serena pero con rostro compungido extrajo su móvil e hizo una llamada:

-Doctor soy Andrea, perdone que le moleste a estas horas pero necesito que me envíe una ambulancia urgente, Arturo ha vuelto a recaer.

No tardó en llegar la ambulancia con personal médico que recogió a Arturo como un cuerpo muerto y pesado que desvariaba lleno de horrendas visiones, ella hechizada de compasión le seguía cautiva de amor.

Aquella tarde en la Terraza Jardín del Hotel Ritz se ahogó en alcohol un sueño de libertad.

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